Antonio Díaz Bautista

Cómo me hubiera gustado conocer al Maestro D. Julián Santos Carrión! Tuve noticias de él cuando vivía, pero no llegó la ocasión de tratarlo. Es algo que pasa muchas veces: cuando la Dama Inexorable se lleva a alguien que no pudimos llegar a conocer, sentimos el irrealizable deseo de desandar el tiempo para vivir con él instantes que nunca existieron. Ahora, y, que nunca estuve con él, me quiero imaginar que estamos juntos en la barra del bar o en la tertulia del Casino, hablando de música o dejando que me cuente sus chispeantes "sucedidos", y, por lo que sé del Maestro, tengo por seguro que estaríamos en casi todo de acuerdo y que la plática se nos demoraría para muy largo.

Don Julián fue, desde que nació, una vida para la música. Tocaba el órgano en las misas a los cinco años, un niño precoz, como Mozart. Y uno se pregunta ¿a qué alturas podría haber llegado aquel niño de haber conocido un ambiente musical más estimulante? Pero el panorama musical español hasta casi nuestros días ha sido desolador, y no sólo por las dificultades económicas ("Música, caza y pesquera, mala vejez te espera" se nos decía de chiquillos), sino mucho más por la incomprensión de una sociedad que cuando quería apuntar que algo era banal, inconsistente y ridículo afirmaba: "Eso son músicas celestiales", y a fuerza de despreciar las "músicas celestiales" nos ha venido, entre otras cosas, la "música infernal" de las discotecas y, lo que es peor, la "música ratonera" de las iglesias. Precisa el músico desde luego comer de su trabajo, pero el artista necesita, "como el comer", encontrar un público que contenga la respiración y se quede en suspenso enredado por la melodía hasta estallar en aplausos y bravos cuando suena el acorde final. No se trata tan sólo de que don Julián no quisiera irse fuera por quedarse con la mujer y los nenes, como él decía, es que en España, donde los genios crecen con tanta profusión, nos permitimos el lujo de ignorarlos o relegarlos a su rinconcico. Don Julián se dio cuenta enseguida de que su rinconcico era Jumilla y que sólo aquí encontraba ese calor humano que necesitaba su alma de artista. Y por eso se quedó aquí para siempre mirando las cosas amorosamente, como cuenta mi amigo García Martínez que hacía con las viejas fachadas y los balcones entrañables. Don Julián era esencialmente jumillano, "jomillano" decía él, y hasta cuando criticaba a sus paisanos lo hacía con ese arrebato amoroso que nos lleva a ambicionar disparatadas virtudes para aquellos a los que más queremos.

Aunque su aislamiento jumillano, le cerrase muchos horizontes, la música de don Julián no es pueblerina ni localista. Basta una audición para darse cuenta de que había asimilado técnicas y corrientes venidas de lejos y que enlazan con la gran tradición musical europea. Quizás en otro lugar el Maestro Julián Santos había compuesto músicas de más envergadura, pero no tan sentidas ni tan entrañables. Ese quedarse en Jumilla, tan "solico" con su música, empequeñeció su genio, pero, váyase lo uno por lo otro, lo preservó de snobismos, modas y "nuevas estéticas" que muchas veces destrozan a grandes valores de la música obligándolos a componer como ordenan cuatro papanatas. Al menos, don Julián no tuvo necesidad de engancharse a falsos vanguardismos y pudo hacer aquí el tipo de música que él quería, que por cierto es como la música de siempre, la que ha superado ya las modas cambiantes y ha demos­trado que puede permanecer. La Música, cuando es de buena ley, gana con el tiempo, como vuestro vino, y pasados unos años mejora en grados y aroma. Tanto en la música como en el vino hay algunos chisgarabís que rechazan el bouquet de lo añejo porque lo encuentra demasiado fuerte y pasado de moda. ¡Ellos se lo pierden!

Las marchas pasionarias que vamos a oír son músicas de empaque, lejos del pasacalles facilón y pegadizo que tanto se gasta en estas ocasiones. Destaca en ellas, ante todo, la gran vena romántica, la tradición decimonónica que colocó a los sentimientos como protagonistas de la obra de arte. El tema de la Pasión Divina no es motivo para fríos discursos musicales ni para digresiones racionalistas, sino la gran sinrazón de un Dios que siendo fuente de Vida se abraza, por Amor, a la muerte. Eso o se entiende por la vía del sentimiento o no se comprende. Junto a esta línea sentimental y romántica, anotaría yo ciertos pasajes en los que se enlaza con el impresionismo musical, buscando timbres y colores orquestales que nos den sensaciones de paisaje, de noche primaveral que huele a flores y a incienso, Incluso en algún punto el Maestro llegaba a incluir alguna veladísima alusión orientalista como para traernos al recuerdo las tierras palestinas, escenario de la Pasión, tan parecido a nuestro propio entorno levantino, donde crecen la palmera, la vid y el olivo entre montes amarillentos y tapias laceradas de sol.

Oyendo las marchas procesionales de don Julián vemos tensión y dramatismo en el rumoreo de las notas graves que dibujan tubas y trombones, doliente rotundidad ardorosa en las frases de trompetas y trompas, murmullo estremecido en clarinetes y flautas. Las músicas de Pasión del Maestro Santos Carrión tienen compases dolorosos de llagas como claveles de sangre en manos, pies y costados. Tienen frases serenas de perdón y de esperanza. Tienen fugas de rebaño que huye cuando siente al Pastor herido. En esta música hay, en suma, Semana Santa, que es tiempo de Pasión en un doble sentido: Pasión porque la padeció Jesucristo, y pasión con minúscula porque su sacrificio fue de Amor apasionado a los hombres. La música procesional del Maestro Santos nos habla de sufrimiento redentor, de dolor trasmutado en Belleza por el Amor Divino. Son música para acompañar la angustiosa calma de la última Cena, para relatar la luz plateada de la aurora sobre el desmadejado sudor de Getsemaní, para advertir de la bajada de un Ángel confortador, para indignarse con el beso traidor y con la injusticia del prendimiento, para sentir en nuestra carne los latigazos que desgarran el divino torso inocente. Son músicas procesionales para seguir el paso vacilante de Jesús Nazareno más agobiado por el peso del egoísmo humano que por el de la propia cruz. Son melodías para seguir la andadura dolorida de María con los siete puñales traspasándole el tibio regazo materno. La música de don Julián Santos estará en las procesiones de Jumilla cuando por las callejas antiguas se huela a primavera y tracen su inquietante geometría los agudos capuchones de los penitentes, cuando los pasos con estremecido tintineo de tulipas giren inverosímiles en las esquinas más angos­tas. Cuando en la noche jumillana un Cristo macilento se muere en la Cruz diciendo que tiene sed, la música del Maestro será una plegaria de acordes que querrán refrescar los ardorosos labios del Divino Moribundo, porque el artista sabía que la sed de Cristo en la cruz se apagaba con Amor y no con agua.

Cuando las procesiones se recojan y todo esté consumado, el alma de don Julián se dará un garbeo por las calles solitarias de la vieja Jumilla, y pensará que la banda, su banda, ha cumplido una año más su tarea, que ha marcado bien los tiempo, que ha estado afinada, que las entradas han sido justas, y mirará una luna alta y blanca, redonda y eucarística sobre las torres del Castillo. Pensará entonces que esa quietud lunar que se extiende sobre el pueblo es el anuncio de la Resurrección inminente. Meditará don Julián que en esa noche su música tiene que callarse como el mismo Verbo guardó silencio, pero que ese silencio de muerte es necesario para la resurrección de la vida y que en la mañanica del domingo volverá a sonar con la luz nueva, como rebrotaban las hortalizas en las tahullas que él mismo cultivaba. Entonces el alma de don Julián Santos Carrión se encontrará con unos ángeles interpretando el final del Mesías de Haendel que, como todo el mundo sabe, es pieza obligada en el ciclo de conciertos para los bienaventurados del más allá; un ángel trazará una brillante frase de trompeta, otro con voz de bajo cantará aquello que dice: "Mirad que os anuncio una gran noticia, no dormiremos eternamente porque la muerte ha sido vencida".

Créditos

Orquesta: Filarmónica "Música viva" (Moscú) 

Director: Lin- Tao

Autores: Alfredo Santos, Julián Santos, Eugenio Santos y Andrés Santos

Orquestaciones: Eugenio Santos

Produce: Junta Central de Hermandades de Semana Santa de Jumilla

Edita: Producciones Lorca - 2006

Obras: 

1.- Entierro                Alfredo Santos

2.- Expiración           Alfredo Santos

3.- Vieja                    Alfredo Santos

4.- Célebre               Alfredo Santos

5.- La Valquiria         Alfredo Santos

6.- Ecce Homo        Julián Santos

7.- Saeta                   Julián Santos

8.- Llorona               Julián Santos

9.- Luz                      Julián Santos

10.- Eternamente     Julián Santos

11.- La campana       Julián Santos

12.- La pasión          Julián Santos

13.- Jesus Prendido Julián Santos

14.- C. de la misericordia Julián Santos

15.- Un recuerdo     Julián Santos

16.- Getsemaní        Julián Santos

17.- Para Siempre    Julián Santos

18.- Cristo de la columna  Julián Santos

19.- Cristo de la Salud Julián Santos

20.- Amargura        Eugenio Santos

21.- Judas                Eugenio Santos

22.- In Memoriam    Andrés Santos